Fiesta de San Blas
Fiestas culturales
Las últimas nieves de enero cubren de blanco los tejados y sierras del pintoresco pueblo de Víznar. El calendario se viste de fiesta para celebrar y hacer honor a nuestro patrón San Blas . En la víspera todo está preparado puntualmente por los mayordomos. Y llegó el tan ansiado momento de “apear a San Blas”. Los mayordomos lo bajan de su nicho para ser colocado en sus andas.
El Señor Cura, ayudado por los presentes, reviste la venerada imagen con los atributos y ornamentos propias de su jerarquía eclesiástica: colocará el amito y el alba, el cíngulo y manípulo, para concluir revistiéndolo con la mitra y el báculo. Mientras tanto, la multitud incontenible en el templo, lanza entusiasmada una y otra vez al aire vítores a su Santo Patrón:
¡Viva San Blas benditoooooo….!
¡Viva! – Contestan todos a porfía.
Y finalmente, en su mano derecha la rosca artísticamente amasada en nuestras afamadas tahonas.
Pero….hagamos un alto en nuestro relato y contaremos una popular y fervorosa tradición.
Hace una centena de años, un niño de Víznar jugaba junto a su madre, atareada en la costura. En un descuido se introdujo el niño en su boca un canutero de agujas, de las cuales bastantes fueron a encontrar alojamiento en su garganta. El niño, al sentir las punzantes espinas en su boca, rompió a llorar, a la vez que su madre, horrorizada y presurosa, procedió sin éxito a extraerlas. Siendo sus esfuerzos inútiles, con los ojos llenos de lágrimas y en su incontenible pena, la madre implora auxilio de su patrón. Efectivamente, el niño se salvó y queda un lazo, anudado a la muñeca derecha de la imagen como prueba de las agujas que atravesaron el intestino del infante sin causar en él el fatídico desenlace que era previsible.
Este es San Blas, el abogado de los males de la garganta, cuya tradición se perpetúa en la centenaria costumbre de las roscas de San Blas, que tras ser bendecidas, se reparten por la mayordomía de casa, sin que ningún vecino se quede sin ellas. Estas roscas son celosamente custiodadas, haciendo uso de ellas en cuanto salen al paso los males relacionados con la garganta.
Diana floreada. Arriba en el cielo, el estallido del cohete anuncia a los vecinos que el recreo y la diversión corren a raudales. Las calles se llenan de bulliciosa animación, engalanadas con banderines, mientras que la banda interpreta marciales pasacalles. De puerta en puerta se reparten las roscas que reciben la totalidad del vecindario. La chiquillería, bulliciosa y alegre corre tras los músicos, está pendiente del ajetreado ir y venir de puerta en puerta, ojo avizor para hacerse con la caña del cohete que estrepitoso acaba de crujir en el cielo… Otros, curiosos e interesados, leen las criticonas carocas que toman el pulso al año que acaba de transcurrir.
Por otra parte es costumbre de este pueblo que las mozas borden bandas multicolores, que serán disputadas en la carrera de cintas por hábiles ciclistas dispuestos a conseguir tan vistosa ofrenda femenina. Para tan clásica liza, a falta de un aguzado puntero, sirve el palo de hacer las botellas o un diente del bieldo. Tampoco faltarán las cucañas en sus múltiples variantes y que hacen, según su grado de dificultad, participar en unas o en otras a los más pequeños y a los ya barbilampiños mozuelos.
Tanto mayores y pequeños, en la noche anterior, han contemplado con asombro “el castillo”. El cielo se ilumina de centellas multicolores que se abren cual ramas de lumínica palmera. Fuentes de luz ciegan los ojos, fluyen borbotones de bengalas que pintan de azul, carmín, verde y amarillo, las blancas fachadas de la plaza del pueblo. Y una y otra vez este festival de luz y color hace vibrar al público. Público que deleita su vista con estos fuegos artificiales llenos de estallidos, humo y olor a pólvora. Al fin, y a los acordes de la Marcha Real , interpretada por la Banda de música, que ha amenizado todo el acto, se desenrolla la imagen de San Blas, a modo de banderola en el centro de un enmarque de bengalas, en uno de los postes del Castillo. Se produce el consiguiente ¡oh….! , un incontenible aplauso y un largo ¡Viva San Blas benditoooooo! , prontamente refrendado por todos los presentes.
Función y misa mayor. Tras ella, la Plaza rebosa de gente, los niños se pasean en las barquillas, la noria,…rebuscan en lo hondo de sus bolsillos para ir a la caseta del tiro a probar su habilidad y puntería, para conseguir tal o cual apetecido premio, emulando a los que pretenden obsequiar del mismo modo a su novia o a su madre con una vistosa muñequita o un tierno peluche. Otros fulminan sus ahorrillos en la caseta del turrón, que aparece ante sus golosos ojos repleta de peladillas, garrapiñados, peras y frutas en dulce… Ahorros conseguidos en “La rebusca de la aceituna” y en natural estipendio y provisión de los padres y familiares para estos días. Nada que decir si el abuelo o el chacho o el propio interesado se llama Blas.
Por la tarde, la procesión de San Blas por las calles del pueblo, a hombros de sus feligreses.
San Blas recorre placetas, rincones, calles y esquinas de Víznar, viendo año tras año los sudores, alegrías y fatigas de su pueblo. Sube por la empinada cuesta de la Alambra , hasta disfrutar de la cegadora luz del atardecer en las Eras Altas. Bañan su rostro la brisa de la Sierra y la velada luz de la tarde mientras que, a hombros de su feligresía, seguido de las autoridades, regresa a su templo con el último refrejo crepuscular y la mirada de los primeros luceros en el cielo.
Hoy como antaño, fiesta, tradición y fervor, conforman en el corazón del viznaerense una voz retumbante y acalorada: ¡Viva San Blas!
Concluidas las fiestas de S.Blas, al día siguiente se celebraba el entierro de la zorra . Día de asueto y diversión. Todos los vecinos se van al campo a la recacha del sol. Se echan mecedores, se canta y se baila, comunes juegos de niños y mayores.
Ese día el plato por excelencia es la ensaladilla de invierno , compuesta por tomate de botella, aceitunas negras pasas, pimiento seco tostado, bacalao y atún, cebolla, aceite crudo y poca sal, debido a la salazón del bacalao.